50 aniversario de Scala Dei, la guardiana del Priorat
Su historia se ha forjado al mismo tiempo que el devenir de la propia región vitivinícola que la acoge. Scala Dei es la bodega más antigua del Priorat y fue la primera en embotellar y lanzar al mercado un vino de este enclave tarraconense ya mítico para cualquier aficionado que se precie. El pasado septiembre sopló las velas del 50 aniversario de su refundación, acontecida en 1974. Y lo hizo a lo grande: en el refectorio de la misma Cartuja, origen de todo, con una espectacular cata vertical de su Scala Dei Cartoixa, la referencia primigenia y buque insignia de la casa.
Un germen divino
Pero el legado de Cellers Scala Dei se remonta mucho más allá de este medio siglo que ahora festeja, conectando directamente con la llegada y establecimiento de los monjes cartujos a Priorat. Y es que fue aquí, en la zona norte ubicada a mayor altitud de esta comarca catalana, a los pies de la sierra del Montsant, donde estos terminaron por asentarse en 1194 a instancias del rey Alfonso I.
Se cuenta que fue la belleza del enclave y el sueño de un pastor con unos ángeles subiendo al cielo en una escalera apoyada en el pino más alto del lugar lo que determinó la elección de los religiosos procedentes de la Provenza del punto en el que construir la que hoy es la Cartuja de Santa María, dando de paso nombre también a la actual localidad de Escaladei.
La orden poco a poco empezó a hacerse con más tierras introduciendo en ellas el cultivo de la vid y elaborando con sus frutos los primeros vinos, de los que se tienen registro ya en 1263. La presencia de los monjes en estas tierras finalizó en 1835 con la desamortización de Mendizábal, un punto de inflexión que sin embargo es considerado como el inicio de la historia moderna de Scala Dei.
Fue en 1844 cuando cinco familias barcelonesas compraron las tierras de los cartujos y constituyéndose en la Sociedad Agrícola La Unión decidieron retomar el cuidado de los viñedos para elaborar vino. La primera botella salida de la bodega en 1878 logró una medalla de oro en la Exposición Universal de París, cosechando así el primer éxito internacional para Priorat.
Ya bien entrado el siglo XX, en 1928, los propietarios de Scala Dei, junto a otros viticultores de la zona, fueron precursores de una asociación que buscaba proteger el vino de calidad del Priorat, sentando la bases de la Denominación de Origen, que pasaría a constituirse en 1954.
Presente y futuro
La refundación del celler llegaría en 1974, con el lanzamiento de sus primeros vinos “modernos”, como evocan desde la web de la propia bodega. Este cambio supuso también el inicio del despegue de una región que experimentaría su eclosión definitiva de la mano de figuras como René Barbier, primero a finales de esa misma década, y Álvaro Palacios, posteriormente ya en los 90.
En el año 2000 el Grupo Codorníu entró a formar parte del accionariado de Cellers Scala Dei, junto a las familias fundadoras. Hoy la firma, como demostró con su celebración el pasado 20 de septiembre, es la muestra palpable y palpitante de la historia de una de las mecas del vino mundial. Y, como hace unos años ya nos contaba Ricard Rofes, su enólogo desde 2007, en una entrevista, uno de los paraísos de la Garnacha en el planeta.
“La tradición pesa, te das cuenta de dónde estás cuando llegas allí. Yo empecé con 22 años haciendo vino cuando era el boom del Priorat, René Barbier y Álvaro Palacios, y quería ser como ellos, hacer un gran vino de autor y cuando llegas te das cuenta de que el protagonista de la historia no eres tú, es el viñedo. Antes que tú y durante ocho siglos ha habido gente haciendo vino allí mismo. Especialmente cuando te das cuenta de que trabajas con viñedos que hace 350 años ya tenían plantada Garnacha, como Sant Antoni y Masdeu. En definitiva, la tradición en Scala Dei se llama Garnacha”.
La variedad de las mil caras es la gran protagonista de las 70 hectáreas de cepas de la bodega, acompañada en menor medida por la también autóctona Cariñena y las foráneas Cabernet sauvignon, Merlot y Syrah.
Las vides dispuestas a entre 400 y 800 metros de altitud en costers, pequeñas y escarpadas colinas formando terrazas y con diferentes orientaciones, que solo son posibles de mimar manualmente, hunden sus raíces no sólo en suelos pizarrosos (la afamada llicorella), sino también en arcilla y calcáreo, en las zonas más elevadas próximas a la sierra del Montsant, siendo uno de los rasgos distintivos de los vinos de Scala Dei.
Si la pizarra aporta estructura y concentración, además de la tipicidad propia de la región; la composición arcillo-calcárea, sumada a la altitud, otorgan finura, elegancia, tensión, una acidez más marcada y, por tanto, buen potencial de envejecimiento, características que persiguen los vinos de Rofes.
Un perfil definido que busca lograr recuperando las enseñanzas de los cartujos y su elaboración ancestral, con racimos sin despalillar, empleando solo levaduras del propio viñedo y primando crianzas en grandes tinos de madera y hormigón. En definitiva, una apuesta por volver a mirar al pasado para ponerlo en valor, reaprender y, en suma, construir el Priorat no solo presente sino también futuro.
Porque seguramente, como nos contó en su día el enólogo de Scala Dei, el mayor desafío sigue siendo defender la identidad propia. “Nosotros no somos otra cosa que Garnacha, no lo podemos cambiar ya. La única forma de no perder esta tipicidad es ser fieles a lo que hemos sido siempre”.
Y es justo esta toma de conciencia la que, según aseguró durante la cata del 50 aniversario, “nos impulsa a seguir elaborando vino con la misma dedicación y respeto que nos enseñaron los monjes cartujos hace siglos, manteniendo viva la esencia de nuestra tierra«.
Una esencia expresada en el latido líquido fresco, fluido, pleno de fruta vivaz, refinado, pero a la vez profundo y persistente, que se torna en la oda a un paisaje escarpado de belleza austera y serena que trasciende y hace levitar el espíritu. Quienes levantaron piedra a piedra la Cartuja de Escaladei lo supieron antes que nadie.
Madrileña de Aluche de cuna y militancia, licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y, desde noviembre de 2019, miembro del equipo de Contenidos de Bodeboca. La mayor parte de mi trayectoria laboral ha estado ligada a la información local de mi ciudad en prensa escrita y radio. La casualidad (¿o causalidad?) hizo que cambiara ruedas de prensa, plenos municipales y visitas de obras por historias de bodegas, variedades de uvas y notas de cata con palabras mágicas como sotobosque. Viajar, el mar con los míos, los días soleados, perder la noción del tiempo en un museo y las canciones de siempre de Calamaro, U2 o Bruce Springsteen, son algunas de mis cosas favoritas. Y, por supuesto, si se dan acompañadas de vino, la perfección.