Bodegas exploradoras: cuando el alma pide más
Imaginemos a los Indiana Jones del vino; casas históricas que no necesitan de grandes aventuras porque el trabajo de toda una vida les ha llenado de reputación. Aún así han decidido enfundarse el sombrero una vez más, se han colgado la mochila y han emprendido un viaje en avioneta para buscar nuevas tierras en las que continuar explorando y dando lo mejor de sí mismas. Cada una con sus motivaciones pero un objetivo común: el seguir probándose a sí mismas, midiendo sus propios límites sabiendo que su talento les permitirá conquistar cualquier tierra en la que pongan el pie.
No son pocas las bodegas que tras una larga historia de amor con una tierra deciden cruzar la frontera para elaborar más allá de la que es su casa. Las motivaciones pueden ser de lo más variadas: desde un enólogo con ganas de aplicar aquello que aprendió en unas prácticas en otra casa, hasta unas intenciones más estratégicas para el negocio. Sean cuales fueren, lo que es indiscutible es que ese paso al frente es, sin duda, un acto de valentía que no todos los proyectos están dispuestos a asumir.
Hay ocasiones en las que los kilómetros son la excusa. En otras, la desmotivación es el aprovechamiento de los recursos, del conocimiento y del expertise para sacar verdadero provecho al talento; ya sabéis, “zapatero, a tus zapatos”. Pero dicen por ahí que en la zona de confort nunca pasan cosas buenas. Se está al abrigo de la seguridad, pero las verdaderas emociones llegan cuando damos un paso más allá y nos atrevemos. Y eso es aplicable a casi todo en la vida.
Porque todos, en algún momento de la vida, nos hemos parado a preguntarnos “¿y ahora qué?”. Esa sed de más, ese ligero inconformismo que nos lleva a exigirnos y a atrevernos, el empujón en la espalda que a veces necesitamos para saltar. Esa electricidad que nos hace ser mejores y que, aplicado al mundo del vino, nos da grandes satisfacciones a quienes disfrutamos de una tierra interpretada por alguien foráneo.
No están todas las que son, pero sí son todas las que están. Nos encantaría poder viajar a través del mundo de la mano de todos esos vinificadores valientes que emigraron buscando nuevas experiencias, pero hemos elegido cuatro historias que, por diferentes motivos, son ejemplo de superación y esfuerzo. Auténticos espíritus inquietos que no se conforman con lo que el destino les tenía preparado. Quieren ir más allá y para eso han tenido que cosechar grandes dosis de valor, paciencia y esperar al momento adecuado para lanzarse a la piscina. Porque ya lo decía Taxi: “no hay nada imposible para quien sabe esperar”.
Toro Albalá: en busca del secreto berciano
En Toro Albalá ocurrió lo que en tantos hogares durante la pandemia: el tiempo para pensar y dialogar se extendió por todas partes, y de ese tiempo surgió la idea de salir más allá de Montilla-Moriles. No era una cuestión de necesidad, era una cuestión de inquietud, de salir de su zona de confort, de probarse a sí mismos. En esas conversaciones salió el nombre del Bierzo, una zona que atraía sobremanera a los montillanos, así que cuando fue posible viajaron hasta allí para terminar de enamorarse de sus viñedos, sus tierras y, por supuesto, sus gentes.
Pese a la dificultad de instalarse en dos puntos casi extremos de España, Toro Albalá no lo dudó y fundó Imalia, la casa a través la cual dio forma a su sueño berciano. El principal motivo para instalarse allí fueron sus suelos, muy distintos a con los que ya trabajan, y la grandísima presencia de viña vieja. También nos cuentan que la calurosa acogida de los lugareños fue fundamental a la hora de darle a esta tierra su “sí, quiero” definitivo.
El pistoletazo de salida fue sin mayor pretensión que elaborar unas pocas botellas, sin edificio propio pero contando la generosidad de bodegueros que les dieron un lugar para cobijar sus depósitos y barricas. Esto ocurrió a principios de 2021, y tuvieron que ser verdaderamente veloces y trabajar muy duro para asegurarse que esa fuera su primera añada.
Según nos dicen, la gran disposición de los bercianos, que ayudaron con todos los menesteres propios de la vendimia y con ciertas gestiones en bodega, así como la gran voluntad de colaboración por parte del Consejo Regulador, que se mostró receptivo y abierto a las necesidades de los andaluces, hicieron que las cosas fueran verdaderamente llevaderas. Todavía hoy, tres años después, continúan compartiendo inquietudes e ideas que les permitan mejorar a unos y otros.
Los suelos de pizarra y la Mencía autóctona son los protagonistas de esta historia de amor. Una variedad y un suelo que poco o nada tienen que ver con la Pedro Ximénez que tantas alegrías les ha dado. Pero el mundo está hecho para los valientes y las cosas buenas les pasan a aquellos que se atreven. Ahora, con su primer añada ya en el mercado, recogen los dulces frutos de su arrojo.
A Vilerma: los Pariente en Ribeiro
Uno de los nombres que ha apostado por la recuperación de proyectos que parecían destinados al olvido ha sido el de Pariente Tradición Familiar, que adquirió recientemente la finca gallega A Vilerma, una bodega de seis hectáreas del Valle del Avia, en el municipio ourensano de Leiro.
Con esta adquisición, la marca vallisoletana (famosa por sus blancos de la D.O. Rueda) recogió el testigo del colleiteiro Arsenio Paz, una de las figuras más relevantes en el resurgir del Ribeiro gracias a su trabajo de recuperación de variedades autóctonas, lo que ayudó a posicionar a esta D.O. en la élite de los vinos españoles.
Entre las uvas que Arsenio Paz, de 86 años y sin descendencia, ha cultivado en su viñedo (ahora en manos de los hermanos Ignacio y Martina Pariente) están las blancas Treixadura, Loureira, Albariño, Godello, Torrontés y Lado; así como las tintas Brancellao, Caiño tinto, Ferrón y Sousón.
Todas ellas seguirán cultivándose de forma sostenible por la familia Pariente, que buscará profesionalizar la gestión de la bodega con la creación de puestos de trabajo locales con la intención de elaborar nuevos vinos que se sumarán a Vilerma Blaco y Vilerma Tinto, vinificados desde que Arsenio fundó este proyecto para el que buscaba unos sucesores que elevasen el proyecto al lugar que merece.
Entrevistados por Vignerons, Ignacio y Martina Pariente reconocen que A Vilerma no solo se ha convertido hoy en un proyecto profesional sino también en un proyecto de vida. “Teníamos claro que era en Ribeiro donde queríamos aterrizar en nuestra aventura en Galicia. A partir de ahí, mi hermana y yo decidimos recorrernos la denominación. Fue cuando llegamos a A Vilerma, cuando tuvimos claro que ese debía ser nuestro futuro. Era un proyecto con una historia detrás del amor por su tierra, por el vino y por recuperar la esencia del Ribeiro”, asegura Ignacio.
En cuanto a la acogida que han tenido por parte de los actores locales, reconocen que ha sido muy buena, ya que además se apoyan en proveedores locales para cualquier cosa. “Nos encontramos con desafíos puesto que este es un entorno minifundista, hay multitud de variedades autóctonas y la orografía y el clima son muy distintos a los que estamos acostumbrados, pero parte de la belleza de embarcarte en un nuevo proyecto es asumir que tienes que adaptarte y estar dispuesto a emplear mucho tiempo y esfuerzo para conseguirlo”, comenta Ignacio.
Larga vida a la Albariño
La Rioja Alta S.A. es otra de las grandes casas que decidió expandirse al norte con la adquisición de 75 hectáreas. Alejándose del clima continental semiárido, encontró en Rías Baixas, la región estrella gallega, un oasis verde y atlántico.
Si hay algo que caracteriza a esta amada ‘terra’ es su saber hacer a la hora de elaborar blancos exquisitos, frescos y con una elevada acidez. Y esto es precisamente lo que buscaba el equipo y encontró en la región y en la Albariño: la posibilidad de crear los suyos fuera de sus fronteras con personalidad, finura y versatilidad.
Nadie dijo que hacerse un hueco en una zona vinícola desconocida fuese tarea fácil. Y menos cuando se abre una bodega sin antes plantar el viñedo, como fue el caso de Lagar de Cervera, que una vez aterrizada en 1998, tuvo que enfrentarse a muchos problemas de abastecimiento. El equipo liderado por el director técnico de la casa, Ángel Suárez, se dejó la piel para prosperar en este rinconcito gallego. El primer gran paso fue la profesionalización de la viticultura con el uso de maquinarias y sistemas más modernos de gestión del viñedo. Hasta su llegada la forma más habitual de mantener el vino era en barricas, ellos optaron por los depósitos de acero inoxidable para tener mejor control de temperatura durante el proceso de elaboración. Pero la gran apuesta fue sin duda la sostenibilidad, rechazando el uso de insecticidas, respetando la biodiversidad y retrasando la maduración.
Gracias a su pasión, tanto las bodegas del entorno como el Consejo Regulador los recibió con los brazos abiertos. Si algo quiere este territorio es rodearse de casas expertas en producir “grandes vinos, con buen valor añadido e imagen internacional”, según nos cuentan desde la D.O. Rías Baixas.
Sabiendo que no hay mucho más secreto para la obtención de un delicioso Albariño que unas uvas extraordinarias, la bodega empezó la ardua tarea de ampliar un viñedo inicial de 5 hectáreas, al que fue sumando nuevas tierras a fuerza de luchar contra el minifundismo imperante en la zona. Al final, consiguieron reunir 75 hectáreas entre las fincas en O Rosal y en Cambados, constituyendo uno de los viñedos más grandes que tiene en propiedad una bodega de Rías Baixas.
Emilio Moro: un sueño en pos de la Godello
292 kilómetros es la distancia entre Pesquera de Duero y Ponferrada pero desde 2013 la pasión vinícola de la familia Moro las mantiene más unidas que nunca. Fue entonces cuando en Bodegas Emilio Moro se lanzaron a cumplir el deseo de completar su porfolio con vinos blancos a la altura de sus reputados tintos.
“Siempre hemos tenido el deseo de elaborar vinos blancos. Llegamos a probar algunas variedades internacionales en la Ribera del Duero, incluso con la permitida actualmente en el Consejo Regulador como es la Albillo mayor. Sin embargo, no consideramos que tuviese el estándar de calidad de Bodegas Emilio Moro y potencial de la Godello”, cuenta su presidente, Javier Moro.
Y es que el flechazo con esta uva fue crucial en la aventura que llevó a los Moro al Bierzo. “Creímos firmemente que nos iba a dar el perfil de vinos blancos que estábamos buscando, con estructura y potencial de guarda y esto nos llevó, tres años después, en 2016, a embarcarnos en un nuevo proyecto con el objetivo de engrandecer la variedad Godello y apostar por una zona vitivinícola en expansión”, asegura Javier, quien reconoce que tras la decisión empresarial hubo mucho más. “Si llevamos más de 100 años en el sector, y continuamos con la misma ilusión con la que nuestro fundador Emilio Moro comenzó, es porque nos mueve la pasión”.
Sin embargo, los inicios no fueron fáciles. Hasta 2023 no contaron con sus propias instalaciones, que finalmente inauguraron el pasado mayo. “Está claro que ser una bodega reconocida a nivel nacional e internacional ayuda, pero al final, llegar a una zona, a una D.O. diferente a la que conoces, de la que provienes, es complicado porque, aunque conozcan tu nombre, no saben a qué vienes o por qué has elegido la zona. En nuestro caso el recibimiento no pudo ser mejor”, afirma Moro. Con una inversión de más de ocho millones de euros, 60 hectáreas de viñedo y sus exitosos Polvorete, El Zarzal y La Revelía en el mercado, la saga ribereña sabe que acertó. “Ahora, más de 10 años después de conocer esta tierra, con tres vinos en el mercado y una bodega propia, tenemos claro que tomamos la decisión correcta. Podríamos haber buscado el camino fácil y quedarnos en Ribera del Duero, pero nuestro espíritu inconformista nos mueve a asumir retos y seguir cumpliendo sueños y, de momento, no nos va mal”.