Catando en viña: el equipo Bodeboca en Ponce
Tras el viaje a Gredos de 2017 el tiempo voló literalmente y en un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos preparando el viaje anual de todos los que hacemos Bodeboca. Esta vez nos fuimos a la zona de elaboración de un proyecto que siempre nos ha inspirado buenas vibras: Viñedos y bodegas Ponce.
Conocimos a los hombres de Ponce en diciembre de 2015. Su Bobal P.F 2014 fue uno de los vinos que descubrimos en nuestro ya extinto Club Vignerons. Llegué al viñedo prefiloxérico que daba origen al vino tras viajar en un tren que me dejaba en la solitaria estación Los Llanos – Albacete y pasar un buen rato de viaje en coche con una foto estática en la retina: una sucesión de hileras de viñedos en espaldera, todos iguales, un anodino mar de viñas. Manchuela es territorio de cooperativas, con miles de hectáreas de viñedos mecanizados, en espaldera, plantados para entregar uva en cantidad.
En medio de todo este paisaje aparecía la sorpresa. Juan Antonio Ponce, su padre y su hermano Javier no tenían un bonito viñedo, tenían una auténtica isla en Manchuela. Un suelo lleno de vida, con florecillas silvestres, cubierta vegetal y cepas en vaso con intrincadas formas que delataban su antigüedad. Con esa imagen me quedé y por supuesto con la cata de todos sus vinos, gemas ocultas en versión líquida.
Pasaron los años y el proyecto de los Ponce se consolidó de tal manera que lo que Juan Antonio contaba como planes de futuro se materializó en una bonita realidad. Hemos vuelto, – qué suerte – y esta vez todo el equipo Bodeboca a visitar a los Ponce. Nos vimos directamente en sus viñedos nuevos de Villanueva de la Jara. Un pueblo del que ya había escuchado hablar a Juan Antonio por ser el que los acogió cuando quisieron construir una bodega. Una zona que curiosamente albergaba una sorpresa en sus viñedos: algunos de ellos se asientan sobre un suelo más parecido a lo que podríamos encontrar en Châteauneuf-du-Pape que en Manchuela. Miles de cantos rodados, calientes por el sol, cuyo origen parece estar en un antiguo lago pero del que no se sabe mucho más.
Y en un día de lluvias que sin embargo nos dio una tregua para visitar la viña con un sol espléndido, conocimos lo que está aportando la viña de Villanueva de la Jara en el ensamblaje de sus vinos, una Bobal que por venir de un suelo distinto ha hecho que tengan que estudiar y probar, en un proceso de aprendizaje continuo. Bobal que en la recién embotellada añada 2017, la que catamos al completo en su bodega, aporta una frescura y elegancia alucinantes.
Pasaron dos cosas ese día. La primera fue que los que ya conocíamos Ponce salimos maravillados de la evolución del proyecto, del hilo conductor que se puede percibir en todos ellos, independientemente de la variedad usada, sea Bobal, Moravia Agria, Garnacha, Monastrell o Albillo. Salimos aún más convencidos si cabe, de que muchas cosas buenas pasaran con sus botellas. Personalmente me declaro fan incondicional de vinos como Pino (con mucho potencial) y nuestro sumiller Adolfo por su parte se quedó prendado con la parcela La Estrecha por su finura y elegancia.
Y la segunda, posiblemente la más importante. Los que no conocían el proyecto descubrieron una faceta de la Bobal desconocida. También que cuando hay cariño y ganas de hacerlo bien el vino te sabe distinto. Constataron que elaboradores con este nivel de honestidad por fuerza entregan vinos auténticos. (intensivecarehotline.com) Podrán ser más o menos de tu estilo, pero nunca te dejarán indiferentes. Hay que seguir apostando.
Publicista de carrera, sumiller por azar y storyteller nata, en los últimos diez años responsable de la creación de la marca Bodeboca y su exitosa estrategia de contenidos. Hablo más que cato, pero si cato y me enamora una historia, no paro hasta lograr que tú también lo hagas.