El club de los 100
De críticos, catas, puntos y otras historias
Muchos son los llamados y pocos los escogidos. La gloria alcanzada por los vinos con 100 puntos, cifra máxima concedida por la crítica, se da a probar en pequeñas dosis no al alcance de cualquiera. La sorpresa y el ascenso meteórico parecen no tener lugar en una larga carrera de fondo, a tenor del análisis de los proyectos distinguidos. Pero, ¿quiénes son los que abren o cierran las puertas de este selecto club?, ¿cómo se enfrentan a las catas y qué valoran?, ¿qué es lo que tiene que tener un vino para alzarse con la corona mundial? Muchas son las preguntas y (quizá) pocas las certezas.
Todo club tiene su creador y el de la élite mundial del vino bien podría responder sin duda al nombre de Robert Parker Jr. (Baltimore, 1947). La irrupción del estadounidense en la escena de la crítica supuso un antes y después para todo el sector, con la fundación, a finales de los años 70, de su revista The Wine Advocate (TWA), El Abogado del Vino en español, un doble guiño a su profesión primigenia y a su intención de ejercer como incansable defensor de aficionados y consumidores ante los intereses comerciales y bodegueros.
En esta cruzada particular por la búsqueda de la independencia, Parker creó su propio sistema de valoración de 50 a 100 puntos, en detrimento del hasta entonces tradicional de 1 a 20. Pero el salto a la popularidad y el espaldarazo definitivo a su prestigio y credibilidad como crítico, y por extensión a su método, se produjo en 1983. Fue entonces cuando el intrépido Bob no dudó en ensalzar la añada 1982 de Burdeos, en contra de la opinión generalizada liderada por el escritor de vinos más influyente de la época, Robert Finigan, que estimaba que la cosecha era demasiado madura y que no envejecería suficientemente bien.
El revuelo fue sonado, los inversores hicieron caso al de Baltimore y el tiempo terminó dándole la razón. El público tomó buena nota, su base de abonados se disparó, permitiéndole un año después abandonar la abogacía y dedicarse a tiempo completo a la revista, y poco a poco su forma de puntuar fue adoptada por buena parte del resto de publicaciones especializadas. Con las “normas” de admisión fijadas, el club estaba preparado para abrir sus puertas.
Los escogidos
Acceder a la membresía no es fácil. No hay vetos preconcebidos pero tampoco conejos sacados de la chistera en el último segundo. La trayectoria de las bodegas pesa y los 100 puntos es la fruta que va madurando añada a añada hasta alcanzar la madurez perfecta para ser recolectada. En España, el primer cuarteto distinguido con ellos, encabezado por Contador 2004, no llegó hasta 2007. También se hicieron esperar los primeros 100 de la patria Guía Peñín. No fue hasta 2022 cuando sus catadores abrieron la cancela cerrada a cal y canto en sus más de tres décadas de trayectoria para que Alvear PX Solera 1890 y Conde de Aldama Amontillado Bota NO tomaran su sitio en la cumbre. Hoy, 60 vinos españoles (algunos en distintas cosechas y de un total de 30 bodegas diferentes) lucen el mítico triple dígito de TWA, cifra que en el caso de Peñín, se reduce a tan solo 14 referencias.
Repasando las listas de ambas publicaciones es fácil darse cuenta de que la singularidad, la diferenciación y la coherencia constituyen su leitmotiv. La técnica evidentemente es impecable, pero hay un extra que apela a la subjetiva emoción, a la identidad, al paisaje, la tradición, la historia, la cultura y la pervivencia de todo en el tiempo. ¿Cómo este conjunto puede traducirse en una cifra?
La profesionalidad y conocimiento del crítico, forjada por años catando sin parar, marcan el camino con la guía del sistema de puntuación. Tomando de referencia TWA, cada vino parte de 50 puntos y va sumando más (o no) atendiendo a distintos aspectos: apariencia, aromas, sabor, posgusto, valoración global, evolución, potencial de envejecimiento… Llama la atención saber que en esta escala, un vino aceptable y sin defectos se encuentra entre 70-79 puntos; uno muy bueno algo por encima de la media (80-89); sobresaliente (90-95) y en lo alto del podio (96-100) aquel que es “extraordinario de carácter profundo y complejo”, con todos los atributos esperados de “un vino clásico de su variedad” y que, por tanto, “merece la pena hacer un esfuerzo especial para encontrar, comprar y consumir”.
No todo es cien
Fuera del influjo de Parker, existen publicaciones que mantienen a salvo su peculiaridad con sistemas de puntuación propios mucho más originales. Es el caso, por ejemplo, de Gambero Rosso, sin duda la guía especializada más importante de Italia. Un panel de 60 expertos prueba los vinos a ciegas y los evalúa con una puntuación de entre una y tres copas. A los buenos se les otorga una, dos para los excelentes y tres para los excepcionales.
En Francia la famosa Guide Hachette des Vins cada año selecciona 10.000 de entre 40.000 vinos. Se reúnen comités de catadores profesionales de cada denominación que no conocen ni el nombre del productor, ni el del vino que están catando. Esto les permite evitar parámetros subjetivos como la reputación de la finca o la estética de la etiqueta. Los vinos son evaluados en una escala de 0 a 5. La puntuación 0 se da cuando el vino presenta un defecto y 1 se traduce como mediocre, sin grandes cualidades. El 2 es cuando un vino ha resultado ser todo un éxito y se mencionará en la guía. Un 3 corresponde a una referencia muy buena que obtiene una estrella. 4 es un notable y se otorgan dos estrellas. Y por último, la nota 5 implica un vino excepcional y por tanto obtiene tres estrellas.
Por su lado, Bettane & Desseauve cuenta con las tradicionales puntuaciones sobre 20. El apasionado dúo de críticos formado por Michel Bettane y Thierry Desseauve reúne cada año lo mejor en sus catas. Para elaborar su guía optaron por un método radical. Ambos se encerraron en un despacho y enumeraron región por región, denominación por denominación, todos los productores que les parecían relevantes seguir. Tras llegar a una primera selección, emprendieron un largo viaje de visitas y catas que culminó con el lanzamiento, en septiembre de 1995, del Classement Bettane et Desseauve des vins et domaines de France. En ella, la calificación inferior a 10/20 significa que el vino presenta un defecto por lo que es excluido. De 10 a 12,5/20 es agradable y fácil de beber. De 13 a 14,5/20 corresponde a un buen vino, sabroso y representativo de su denominación. Y una nota de 15 a 16/20, un trago extraordinario, y por último, de 16 a 20 un vino excepcional e inolvidable.
La opinión que es tendencia
Como hemos visto, la experiencia de años de catas continuas es el principal bagaje de los críticos. Aunque de profesiones variopintas (abogado, informático, arqueólogo, músico, periodista…), todos recalaron en el vino llevados por una pasión irresistible y a ella se entregaron. E igual hacen cuando “examinan” una región. “Hay críticos que nos visitan sin informarnos”, cuentan desde el Consejo Regulador de Ribera del Duero, pero “si nos lo piden, colaboramos tanto en la logística de los vinos que las bodegas envían para la cata como en la organización de la agenda de las visitas que hagan a bodegas”. Sea por libre y en solitario; con la D.O. como cicerone, o en equipo como Peñín o Decanter, son los críticos, y generalmente in situ, los que deciden qué vinos catar y valorar en función de un exhaustivo trabajo de campo previo que incluye la indagación sobre la zona, bodegas y proyectos punteros. Y es que el contexto es fundamental y resulta clave para ofrecer una crítica bien fundamentada.
Cierto es que una reseña no deja de ser la opinión subjetiva de una persona, pero su impacto en ventas y prestigio es un hecho, como reconoce la publicación de Parker en su web al admitir ejercer “la influencia más significativa en los hábitos y tendencias de compra del consumidor serio”. En ese sentido, no pocos hablan de la “parkerización” adoptada por las bodegas adaptándose a los gustos de sus críticos para lograr altas puntuaciones, dando lugar a cambios de estilo en algunas regiones. Desde Ribera del Duero lo dudan. “Un crítico escribe para un medio concreto y para los lectores que le leen, y los vinos que puntúa más alto no suelen ser accesibles para la mayoría de los consumidores. Es el consumidor el que va cambiando y las bodegas deben ir adaptando sus vinos a esos cambios, que se producen de forma progresiva. En una región vitivinícola el cambio de estilo se produce poco a poco, no de un día para otro”.
En cualquier caso, los 100 puntos no solo sirven para certificar la perfección de un vino y ensalzar a su bodega o elaborador. También su concesión puede rendir tributo a una zona histórica o a un estilo y sus joyas enológicas (Rioja o Jerez), o contribuir a poner el foco en otras menos conocidas o en su día poco valoradas (Priorat, Bierzo, Gredos o Jumilla). El crítico “villano” se torna en héroe justiciero.
Remírez de Ganuza: la vida antes y después de los 100
“En su número 189, del 30 de junio de 2010, la influyente revista estadounidense The Wine Advocate, dirigida por Robert Parker, ha calificado el vino Remírez de Ganuza Gran Reserva de la añada 2004 con 100 puntos, máxima categoría que otorga este afamado boletín”.
Rebuscando en el cajón de los recuerdos de nuestras Ventas Privadas encontramos el texto que hizo alusión por primera vez al hito de Remírez de Ganuza. Catorce años después hemos preguntado a José Urtasun, actual propietario de la bodega, cómo lo vivieron.
Quizás lo primero que haya que preguntar es cómo se entera una bodega que ha obtenido el “santo grial” de las puntuaciones. Y no es tan ceremonioso como habíamos pensado, más bien algo tan cotidiano como “el primero en enterarse fue nuestro export manager. No esperábamos para nada la puntuación, habíamos tenido algún 98 como máximo y fue realmente muy emocionante”.
Aunque la lógica es que den a catar lo que está en el mercado, lo que no todo el mundo conoce es que algunas veces los catadores preguntan si hay algo que la bodega tenga entre manos y fue justo este el caso del Remírez de Ganuza que no estaba embotellado, por lo que la sorpresa fue doblemente inesperada.
Preguntado sobre cómo de rápido es el efecto llamada de una puntuación así, Urtasun recuerda que “al día siguiente de la publicación ya habíamos recibido llamadas de gente que quería comprarnos toda la producción (unas 3.100 botellas del formato de 0,75 centilitros)”.
Afortunadamente, la bodega no se dejó engatusar por los cantos de sirena y ninguna botella fue a parar a nadie con la que no tuvieran una relación previa de confianza. Es, posiblemente, el momento más delicado de gestionar y aunque hoy día cualquier winelover moriría por tener una botella en su hogar, en aquel momento el boom de los 100 puntos era algo desigual. “La añada salió de bodega con un precio de 110€ y a pesar de los 100 puntos alguno no tuvo ningún interés en comprarla”. Gracias a la prudencia, hoy en día Remírez puede seguir ofreciendo un cupo muy controlado de su único 100 Parker, cupo que se reparte entre algunos restaurantes de alto nivel y tiendas como nosotros en las que hay establecida una relación muy sólida.