El Mosel, rieslings para tocar el cielo
Alucinantes terrazas de viñedos, paisajes verticales inolvidables, el nítido reflejo de uno de los ríos más hermosos de Europa y viñas históricas. Todo esto te espera en el Mosel, el paraíso de una de las uvas blancas más adoradas del mundo: la Riesling. En esta aventura por tierras germanas vamos a intentar descifrar sus secretos para que disfrutes todavía más cuando descorches una de sus joyas.
Seguir el recorrido del río Mosel es un viaje tan fascinante que todo amante del vino debería vivirlo al menos una vez en su vida. En su recorrido, desde la cordillera de los Vosgos alsacianos hasta su desembocadura en Rin, recorre 250 kilómetros creando terrazas y colinas de viñedos salpicadas por ciudades de cuento como Bernkastel y Piesport. Junto a sus dos afluentes, el Saar y el Ruwer, el Mosel da vida a la región más antigua de Alemania, bautizada con su mismo nombre.
En su serpenteante camino, este río cambia de dirección una y otra vez dando forma a un fascinante laberinto de viñas. En este paisaje tan irregular, las parcelas más soleadas que miran al sur o al sureste son el gran tesoro del vino germano. Estas cepas sobreviven a las bajas temperaturas gracias a las largas horas de sol que reciben con esta orientación y maduran lenta y gradualmente al mismo tiempo que mantienen una vibrante acidez, uno de los rasgos que define a todos los grandes rieslings. Además, estas terrazas, las más inclinadas de Europa, están tan cerca del río que reciben el intenso reflejo del sol en el agua, clave para completar su maduración en este desafiante clima continental.
A esta perfecta combinación de factores geográficos se unen sus suelos de pizarra, imprescindibles para la supervivencia de las cepas y origen de la célebre mineralidad de los vinos del Mosel. Este material se rompe con facilidad y permite a las raíces penetrar en profundidad, donde encuentran los nutrientes necesarios, además de permitir drenar el exceso de agua y, gracias a su color oscuro, capturar la temperatura del sol durante el día para devolverla por la noche a las viñas.
¿Y qué es lo que hace tan especial a la Riesling del Mosel? Pues que no hay uva más transparente y que exprese de forma tan nítida el terruño a la vez que exhibe su encantador carácter varietal. Además, gracias a la concentración de aromas de las viñas viejas y a su viva acidez, esta región puede presumir de contar con algunos de los blancos con mayor capacidad de guarda del mundo.
Esta variedad nos regala desde sus vinos más secos que enamoran por su frescura, sus intensos aromas cítricos y su mineralidad, hasta sus más dulces botritizados, exquisiteces con notas de orejones, de mermelada, de cera de abeja y de jengibre que dejan un recuerdo eterno en el paladar.
Entre estos dos extremos, con esta uva se puede disfrutar de distintos perfiles en función del microclima, de cada terruño y de las formas de elaboración. Los niveles de azúcar residual varían, los aromas florales y cítricos pasan a ser de fruta de hueso en las zonas más cálidas y, a los más pacientes, les espera su singular y hechizante aroma de petróleo y de miel que despliega durante su evolución en botella.
Aunque es innegable que la Riesling es la estrella de esta afamada región, ocupando un 60% del área de viñedo, no es la única variedad que enamora en estas admirables terrazas. La Pinot blanc, la Pinot gris, la Auxerrois, la Chardonnay y las autóctonas Elbling y Kerner dan vida a excelentes vinos, finos y muy expresivos. Y sí, aunque estamos en tierra de blancos, no podemos dejar de mencionar los elegantes Pinot noir que emergen en estas colinas regalando su seductor perfume y su delicado y profundo carácter.
Hasta que puedas visitarlo en persona, disfruta de esta selección que te hará tocar el cielo:
Salmantina trotamundos con el corazón entre España y Canadá. En 2010 me licencié en Comunicación Audiovisual y posteriormente cursé un Máster de Guion donde aprendí los entresijos de lo que más me gusta, escribir historias. Después de trabajar en varios medios de prensa y televisión, en 2014 me fui a vivir a Toronto por amor y allí sentí el otro gran flechazo de mi vida: el mundo del vino. Cuando volví en 2019 a España trabajé de sumiller hasta que en 2021 tuve la oportunidad de entrar en Bodeboca, donde por fin uní mis dos grandes pasiones: redactar historias y vivir el vino en primera persona. Además, me encanta el cine clásico, la gastronomía y viajar.