Galicia: ‘cepiñas veñen e van’

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Muchos la elegimos como destino para mitigar las altas temperaturas del verano, disfrutando de sus días cálidos y noches frescas. Algunos volvemos a casa, otros somos forasteros, pero todos tenemos en común que en Galicia nos sentimos en casa. En la costa verdescente, como reza su himno, hay que sentir el frescor de las olas y dejarse invadir por el aroma a eucalipto. Hay que abrazar su riquísima cultura, la sencillez de su buena gente y su pegadizo acento. Pero, sobre todo, hay que beber y comer como es debido. Benvidos a Galiza, una meca del hedonismo materializado en el plato y en la copa.

Viñedos a pie del Atlántico, asomados a la ría de Arousa, de Martín Códax

Habremos hablado de Galicia mil veces. No es ningún secreto que esta comunidad autónoma es una catedral en muchos sentidos. Sus vinos son prueba de ello, sobre todo en materia de blancos. Deliciosos, frescos y con una elevada acidez. Su puntito salino y cítrico es perfecto para aplacar la sed estival, haciéndolos imprescindibles en nuestras bodegas por estas fechas. Y ojito a sus tintos, que aunque sean más desconocidos, su elegancia, fluidez y despliegue aromático cobran cada vez más protagonismo en las mejores cartas. 

Pero empecemos por el principio. Repartidas por sus cuatro provincias, encontramos las cinco denominaciones de origen sobre las que vamos a profundizar en este artículo: Rías Baixas, Ribeira Sacra, Ribeiro, Monterrei y Valdeorras. Desde la sierra de los Ancares hasta el océano Atlántico, con el río Miño como frontera natural al sur, en Galicia se elabora vino desde tiempos inmemoriales. Sabemos que fueron los romanos quienes introdujeron el cultivo de la vid a estas tierras y existen reportes de la Edad Media en cómo ya se exportaba vino a otros lugares de Europa desde el siglo IX, algo que continuó hasta el XVII. Los británicos paralizaron la actividad entonces, causando la ruina económica, además del abandono de muchos viñedos y la despoblación de áreas completas. Por si fuese poco, en 1860 las plagas de mildiu y de oídio mermaron los viñedos, y más tarde la filoxera terminó de rematar la faena. Los viñedos comenzaron a recuperarse ya entrados en el siglo XX y actualmente Galicia es un símbolo de resiliencia convertido en un edén vinícola en el que perderse y disfrutar sin límites.

Su clima atlántico, y más continental hacia el interior, además de una pluviosidad media de más de 1.300 milímetros al año propician unas condiciones fantásticas para sus casi 70 variedades autóctonas. Aquí quien brilla es la Albariño, sin lugar a dudas, pero también otras como la Godello, la Treixadura o la Loureiro, además de tintas como la Mencía, la Caíño tinto, la Sousón o la Brancellao. Adéntrate con nosotros en esta tierra mística.

Vistas de las Rías Baixas

Rías Baixas, la punta de lanza galega

A salitre, eucalipto, pino y laurel. Así huele el viento en Rías Baixas, a veces acariciador, como el sol estival, otras, salpicado de lluvia, tumultuoso y rebelde. El brillante azul atlántico y el verde esplendoroso se funden en un abrazo infinito sólo interrumpido por el graznido de las gaviotas. Es la región líder indiscutible de Galicia y su vino bandera, el albariño, el rey de reyes.

El ámbito geográfico de la Denominación de Origen comprende esta pequeña franja del noroeste peninsular dividida en cinco subzonas: Condado do Tea, O Rosal, Soutomaior y Val de Salnés, en Pontevedra, y Ribeira do Ulla, con parte de su territorio también en A Coruña. Hablamos en total de 4.321 hectáreas de viñedo repartidas en 22.832 parcelas. Y es aquí donde encontramos la primera peculiaridad que imprime carácter a la región: el minifundismo extremo en su máxima expresión. Porque en Rías Baixas la vid es un bien doméstico más, una cosa de familia, el jardín de cada hogar. Las parras, conducción tradicional para propiciar una mejor exposición solar y evitar la humedad y con ella el peligro de plagas, proliferan anejas a las viviendas y constituyen el sustento de 5.011 viticultores surtiendo de uva a 179 bodegas. De las 14 variedades autorizadas (seis blancas y ocho tintas), la Albariño se erige como el santo y seña de la D.O.

Hay quien apunta que fueron los monjes de la abadía de Cluny quienes la trajeron en el siglo XII al monasterio de Armenteira, en la comarca de O Salnés, y que de allí se extendió al resto de Galicia y al norte de Portugal. Pero ahora se sabe que la casta es autóctona de estas tierras y que en ellas lleva plantándose desde hace más de mil años. La cercanía del océano influye en un clima de temperaturas suaves y abundantes lluvias y en la composición del suelo granítico y arenoso dejando su impronta en los vinos de frescura, salinidad y acidez bien marcadas.

Precisamente ésta última hace posible que pueda envejecer brillantemente brindando varietales de una guarda asombrosa. Sin embargo, el éxito incontestable de la D.O., segunda del país en valor de ventas de blancos, no logra eclipsar del todo el cada vez mayor auge de sus tintos de Brancellao, Espadeiro, Caíño tinto, Sousón, Loureira, Mencía, Pedral o Castañal, perfumados, finos, fluidos y vibrantes. Elaboradores como Rodrigo Méndez o Xurxo Alba, con bodegas como Forjas del Salnés y Attis, son algunos de sus grandes artífices.

Los viñedos escarpados de Guímaro, en Ribeira Sacra

Ribeira Sacra: vértigo y tradición de cepas viejas

La Ribeira Sacra es uno de esos regalos que nos hace la naturaleza. Desde el sur de Lugo y hasta el norte de Ourense, con los ríos Sil, Miño, Bibei y Cabe como protagonistas, esta denominación de origen nace en 1996 y sita su capital en Monforte de Lemos. 

Los valles y cañones son los principales protagonistas en cuanto al paisaje de la zona. Sus laderas escarpadas, con los viñedos dispuestos en bancales, hacen de este lugar un enclave prácticamente irrepetible. Al cuidado de estas vides se le denomina viticultura heróica, y no es para menos; hay que tener valor y agallas para enfrentarse a un desnivel y una inclinación que pone a prueba el vértigo del más osado.

Allí imperan, principalmente, las variedades Loureira, Treixadura, Godello, Dona Branca, Albariño, Torrontés, Mencía, Brancellao y Merenzao. Además, la mayoría de ellas proceden de cepas muy viejas. Son, al fin y al cabo, las uvas que crecieron desde tiempos ancestrales y que se expresan aquí como en ningún otro lugar. Y si bien sus tintos son los vinos que históricamente han gozado de una mayor popularidad, sus blancos vienen pisando fuerte. Lo hacen, por cierto, de la mano de viticultores que respetan enormemente el entorno que ya cuidaron con mimo sus antepasados. 

El origen de sus suelos es eminentemente granítico, aunque también hay algunas zonas en las que imperan las arcillas. El clima, principalmente atlántico, también cuenta con cierto componente continental que aporta unas mayores oscilaciones térmicas entre el día y la noche y las diferentes estaciones del año, unas lluvias más contenidas y algo más de frescor con respecto a otras regiones gallegas. 

Hoy son casi 90 las bodegas amparadas bajo esta denominación que, aún siendo relativamente joven, cuenta con viñadores adscritos que se han alimentado del conocimiento de sus ancestros. La tradición viticultora de Ribeira Sacra se remonta mucho tiempo atrás, y sus habitantes y elaboradores engrandecen una tradición con siglos de historia sustentada sobre una orografía singular.

Un lugar único, con un paisaje de los que quitan el hipo y que es un auténtico emblema entre las zonas elaboradoras de Galicia. Una historia y un estilo que engrandecen nuestra tradición y que, sin duda, continuará escribiendo un legado de frutos dulces.

Viñedos de Pazo de Casanova en Ribeiro

Ribeiro: devoción por la Treixadura

Viajamos ahora a una de las regiones vinícolas más antiguas de Galicia, Ribeiro, que ha superado numerosos impedimentos a lo largo de la historia, desde plagas americanas (el oídio y el mildiu en 1886 y la filoxera en 1890) que obligaron a introducir variedades foráneas, hasta invasiones germánicas. La región le debe mucho al Camino de Santiago ya que gracias a esta ruta de peregrinación se expandió, llegando incluso a acompañar a la histórica expedición de Cristóbal Colón en su búsqueda de las Indias. En 1932 se designa la Denominación de Origen actual con sede en Ribadavia y se comienzan a trabajar las variedades autóctonas. Con el tiempo se convirtió en un icono de la riqueza gastronómica de Galicia.

Para que nos ubiquemos, estamos en el borde noroccidental de la provincia de Ourense, concretamente en las confluencias de los valles formados por los ríos Miño, Avia y Arnoia. Con una extensión aproximada de 1.300 hectáreas, Ribeiro cuenta con un peculiar microclima de transición oceánico-mediterráneo y tres tipos de suelos (principalmente graníticos y pizarrosos) que añaden una complejidad adicional a sus vinos. En sus viñedos, cultivados en esplendorosos bancales, crecen uvas propias de esta tierra. Aromas de frutas y flores, con un toque balsámico dominan las copas de los amantes de Ribeiro, pues aquí quien reina indiscutiblemente es la Treixadura, acompañada de otras como la Godello, la Caíño blanco o la Torrontés. Proyectos como Coto de Gomariz o Pazo Casanova elaboran grandes vinos con ella, pues gracias a su afinidad con la crianza sobre lías da vida a vinos estructurados y muy finos, perfectos para acompañar los manjares gallegos por antonomasia, como lo son los pescados grasos y mariscos.

Pero la riqueza de estas tierras nos lleva más allá. Y es que en Ribeiro, aunque la fama es de los blancos, los tintos son piezas increíbles para agudizar nuestro conocimiento y adentrarnos de pleno en la cultura vinícola gallega. Elegantes, repletos de ligereza y frescor, y con una estructura sorprendente, protagonizados por uvas gallegas como la Mencía, la Sousón o la Brancellao. Te recomendamos especialmente acompañar estas maravillas con un pulpo a la gallega. Así que sírvete una copa, cierra los ojos, saborea el sabor más auténtico de Ribeiro y que comience tu idilio gallego.

Cepas de Viña Somoza en Valdeorras

Valdeorras y Monterrei: parecidos razonables

Cuando entramos en Galicia por León, lo primero que nos topamos es con la provincia de Ourense, pero más concretamente con Valdeorras. Aquí, los focos están puestos en la Godello, que comparte su trono con la Mencía para los tintos. 

Como en casi todo, los orígenes de la tradición vinícola de la región se remontan a la época romana, como atestiguan sus numerosos lagares y restos arqueológicos. Además, y como hemos visto previamente con las demás denominaciones, su expansión y fama se la debe a las diversas órdenes religiosas que cultivaron la vid, ya que el vino servía como tributo para pagar a los monasterios y señores feudales en la Edad Media. Por tanto podemos decir que la cultura vitivinícola de la zona y de sus viñateiros es extensa. Y una herencia que llega a nuestros días y que demuestra la importancia de su tradición son los refugallos. Son chimeneas que conducen al interior de las cuevas excavadas en arcilla en las que se elabora vino, y se sigue haciendo incluso a día de hoy. Esto les otorga un perfil algo intenso y mineral, estructura y cremosidad. Por eso, los vinos de Valdeorras son una delicia y suelen cautivar a críticos y exploradores. Y como guías nada mejor que bodegas del calibre de Viña Somoza.

Racimo de Godello

Siguiendo nuestro trayecto, a unos 100 kilómetros, lindando con el norte de Portugal, Monterrei nos ofrece una cara diferente de estas dos uvas, que aquí también son protagonistas. Sus orígenes son muy similares a los de Valdeorras, iniciando su andadura con los romanos y expansión con los monjes. Tardó más tiempo en adquirir la clasificación como denominación de origen, ya que mientras Valdeorras fue constituída en 1945, Monterrei la obtuvo en 1994. Se dividió entonces en dos subzonas, Valle de Monterrei y Ladera de Monterrei, atravesada por el Camino de Santiago en su ruta desde Sevilla, la Vía de la Plata, algo que también fue un factor determinante para dar a conocer sus vinos. 

Aunque ambas denominaciones tienen un clima con una tendencia más continental que las demás, en Monterrei encontramos una gran diversidad de microclimas y suelos que ofrecen, a su vez, vinos con personalidades muy diferentes entre sí, y para muestra los de proyectos como Gargalo o Triay. Desde blancos más afrutados y frescos a tintos jóvenes y complejos que nos entregan un amplísimo espectro en el que todos encontramos nuestro fogar, sentimiento que refleja la misma Galicia.

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Nacida en el seno de una familia vinícola, crecí entre las vides de mi tío en la famosa región de Douro. A pesar de ser portuguesa, me he criado en Vigo. "¿Y qué prefieres?, ¿España o Portugal?". Mi respuesta, los dos, soy Ibérica como el jamón. El arte contemporáneo, la historia y el vino son mi pasión. Estudié Publicidad y Relaciones Públicas, y realicé un máster de Marketing Online con el que me he enfocado en la Redacción de Contenido. En otra vida, hubiera sido artista o escritora y vivido en una pequeña granja en medio de la nada.

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Madrileña de Aluche de cuna y militancia, licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y, desde noviembre de 2019, miembro del equipo de Contenidos de Bodeboca. La mayor parte de mi trayectoria laboral ha estado ligada a la información local de mi ciudad en prensa escrita y radio. La casualidad (¿o causalidad?) hizo que cambiara ruedas de prensa, plenos municipales y visitas de obras por historias de bodegas, variedades de uvas y notas de cata con palabras mágicas como sotobosque. Viajar, el mar con los míos, los días soleados, perder la noción del tiempo en un museo y las canciones de siempre de Calamaro, U2 o Bruce Springsteen, son algunas de mis cosas favoritas. Y, por supuesto, si se dan acompañadas de vino, la perfección.

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Vendimiada en Jerez (1989) y criada en Miranda de Ebro. Esta periodista experta en comunicación gastronómica es una loca de los vinos del Marco y de Galicia, aunque también siente debilidad por Rioja y la variedad Riesling. Entre sus pasiones están el ‘baking’, cocinar con la crockpot, el bordado y la elaboración de masas de croquetas, además de ‘vignerones’ como Bertrand Sourdais o Jorge Navascués.

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Graduada en Ciencias de la Información por la universidad Complutense de Madrid y la Sorbona de París. De padre español y madre francesa, Laura abraza el arte, la literatura y la gastronomía de los dos países que dividen su corazón. En la actualidad, presenta especial interés por el mundo del vino y todo lo que le rodea, uniéndose así al gran equipo de Bodeboca.