Laphroaig: un viaje guiado por la turba

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Un paraíso agreste, como si alguien hubiera drenado el fondo marino y las algas se tornasen marrones y negras. La sal se pega en la piel, la humedad te cala los huesos y el humo de turba saliendo por las chimeneas de las destilerías lo impregna todo. Así es Islay, el enclave escocés en el que se encuentra Laphroaig y que hemos tenido la oportunidad de visitar de la mano de Beam Suntory.

Para llegar hasta allí es necesario coger un vuelo interno desde Glasgow que incomodará a aquellos a quienes volar les resulte tedioso. Tuvimos suerte: la climatología acompañó y en apenas 25 minutos tocamos tierra sin sobresaltos. Un aeropuerto de juguete te recibe para darte la bienvenida a la que será una de las experiencias más enriquecedoras que podrás vivir en torno al universo del whisky.

Islay es un lugar que, sin llegar a ser inhóspito, llama la atención por el silencio imperante. Una carretera de doble sentido comunica Bowmore y Port Ellen, las localidades que reúnen un mayor número de habitantes. Puede que pienses que una carretera no debería tener protagonismo en un post como éste, pero créeme si te digo que es de suma importancia. “¿Habéis sentido los baches?” nos preguntó después Alice, nuestra guía en Laphroaig. “Es la turba, que se expande y lo ocupa todo”. Porque este es el combustible, en el sentido más literal de la palabra, que mueve la isla y todo lo que hay sobre ella.

Bromeamos los asistentes con que el gobierno local te entrega de oficio una casa y una oveja si quieres mudarte y ser parte de los 3.500 habitantes que salpican la isla. Porque allí, a parte de ésto y mucha turba en el subsuelo, no hay mucho más. Sin grandes núcleos de población, la economía de Islay está sostenida por los empleos directos e indirectos que genera el whisky en todas sus variantes: trabajadores de las destilerías, turismo en torno a los spirits, profesionales que viajan para negociar. Preguntamos a los locales si no hay «pique» entre casas y la respuesta es unánime: «no, porque hay matrimonios, familias enteras, amigos, que trabajan en diferentes proyectos. Es más motivo de unión que de pelea».

Tras una intensa jornada y una excursión en barco para ver la fauna autóctona y las destilerías desde el mar, comenzamos nuestro tour por Laphroaig visitando las salas de malteado. Allí se germinan los granos durante, aproximadamente, seis días. En este tiempo los trabajadores rastrillan la cebada para unificar el proceso y que todos los granos puedan germinar por igual. A una temperatura media de 18 ºC y con humedad constante, las condiciones son inmejorables para que el cereal eclosione, tornándose de su color pardo a otro más amarillo a medida que el proceso avanza. Y es aquí cuando entra en acción la protagonista de esta historia: la turba.

El grano se lleva a una sala ubicada en la parte superior de la destilería, mientras que la turba se quema muy lentamente en la parte baja de la misma. El humo se eleva mediante un sistema de chimeneas y abanicos hasta la planta superior, donde la cebada está esperando. Con ese humo frío se corta el proceso de malteado y que impregna en sello de identidad de Laphroaig. Un proceso que es digno de ver y que te hace comprender por qué es tan especial.

Tras 12 horas y con la cebada llena de azúcares y matices ahumados, llega el momento de triturarla para conseguir un puré que se fermentará y se destilará en sus siete alambiques de cobre. Los tres más grandes están destinados a una primera destilación, con la que se conseguirá un primer líquido de 35 grados alcohólicos. Los cuatro alambiques más pequeños se destinan a la segunda destilación, de la que se desechan las cabezas y las colas para quedarnos solamente con la parte central del líquido, y conservar así los matices más turbados y herbáceos.

El whisky pasa entonces a descansar en su histórica sala de barricas. Allí, en la parte del edificio más cercana al mar, cuentan con botas de roble expuestas a las corrientes de aire procedentes del océano. Éstas, de distintas procedencias y habiendo albergado toda una diversidad de líquidos con anterioridad, son el cobijo en el que descansan a merced del master distiller. 10 años, 25 años, PX Cask, Cairdeais… Aquí es donde la magia termina de materializarse para dar paso a una cata deliciosa. Una oportunidad irrepetible de probar líquidos icónicos en su lugar de origen, a pocos metros del mar que los mece envueltos en el humo de la turba que todo lo impregna.

Y si hay algo que no podemos dejar atrás es el capítulo gastronómico. Una cena maridada con distintos Laphroaig en el que el toque ahumado no sólo estuvo presente en las copas, sino también en los platos. La parrilla de turba fue la protagonista, una vez más, y le dio el toque distintivo a una langosta y un entrecote que nos hicieron disfrutar de lo lindo.

Más que un lugar al que viajar, Islay es un lugar de peregrinación; un recoveco al que sólo llegan quienes de verdad sienten pasión por el líquido dorado que emana de sus cuellos de cisne. Nuestra recomendación: reservad una chincheta de vuestro mapa para visitarlo, dedicando especial atención a sus destilerías y más concretamente a Laphroaig. Merecerá la pena con creces. Sláinte!

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