Puro arte

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Que el vino es arte ya lo sabíamos, pero… ¿Qué ocurre cuando combinamos una visita guiada en el Museo del Prado con una especial cata de vinos? La belleza fluye entonces, contagiosa e imparable, y la experiencia final se convierte en una suerte de bálsamo mental. Rodearse de cosas bellas y encima beberlas es una actividad sumamente recomendable.  

El vino ha sido siempre uno de los grandes temas de la pintura. Las mismas obras que analicé en Historia del Arte cuando aún no tenía interés y edad para el vino, se convirtieron en todo un redescubrimiento y en el hilo conductor de la posterior cata de tres proyectos singulares: Galia, Antídoto y Dominio de Es. 

Así como los pintores en cada época pudieron reflejar fielmente o interpretar la realidad a su manera, creando estilos que luego fueron imitados por sus predecesores, los enólogos también intentan reflejar lo que entrega la naturaleza y algunos van más allá, intuyendo o visionando qué parcela es la adecuada para hacer la mejor interpretación de las bondades de un terruño.

El Prado de noche y vacío para nosotros

La obra que inicia la visita es poderosa y simbólica (e ilustra la portada de este post). El vino de la fiesta de San Martín de Pieter Brueghel el Viejo tiene su origen en Flandes y en los países germánicos, donde se tenía la costumbre de dar el primer vino de la cosecha al pueblo. Detallando la escena y gracias a la divertida e inteligente profesora alemana que nos guio, me detengo en los personajes, haciendo lo imposible por llegar a la barrica de vino. Mientras un compañero de la visita comenta, lo suficientemente alto como para que se escuche, que parece una feria de vinos de ahora en los stands más cotizados.

Mientras recorremos a paso rápido y en práctica soledad la galería del renacimiento italiano, se suceden varias obras, entre ellas la Ofrenda a Venus y La bacanal de los andrios del gran Tiziano, en el que en los manantiales no llevaban agua sino vino. Pero es el Caravaggio perdido de 1606 lo que más me llama la atención. Una sala entera para un único cuadro —algo inédito en un museo que adolece de espacio— y una obra enigmática que originalmente pasó por un anónimo que se iba a subastar por unos 1.500 euros y que, tras confirmarse que se trataba de un Caravaggio, finalmente se vendió por 36 millones de euros. Así es el arte, y así también son algunos vinos, especialmente las añadas antiguas de grandes elaboradores de culto que se subastan por miles de euros. 

Como curiosidad de La bacanal de los andrios, en un papel situado en la parte inferior central, Tiziano escondió un texto del músico flamenco Adrian Willaert: «Qui boyt et ne ­reboyt / ne seet qui boyre soit» (Quien bebe y no vuelve a beber / no sabe lo que es beber)

El jardín de las delicias de El Bosco se deja para el final de la visita. En palabras de nuestra guía nos habla de “un mundo lleno de pecadores”. La obra es tremenda y refleja sensaciones y emociones muy potentes, las mismas que me predisponen a una cata en la que tras sentarme, ya me noto diferente. Y entraña un cierto riesgo para los organizadores, porque mis sentidos están ya bastante estimulados, por lo que las expectativas son altas. 

Fueron en total ocho vinos contados por sus propios elaboradores: David Calvo, David Hernando y Bertrand Sourdais, todo ellos hermanados con Soria como transfondo. Rescato de mi memoria el vino que más me gustó de la cata: Dominio de Es Carravilla. Comentó Sourdais que el viñedo viejo del que proviene en la añada 2019 se benefició de «una luz brillante, intensa y pura. Sin las típicas nieblas«.  

Bertrand, partidario de que la viña crezca sana y feliz y además creyente de que la viña tiene memoria, consiguió que el resultado en la copa refleje la serenidad y la profundidad de esa luz brillante. Muy fino, con una textura en boca aterciopelada, con densidad y excelente acidez. Yo apunté en mis notas y en mayúsculas que en boca este vino es ES-PEC-TA-CU-LAR. 

Era un maldito lunes y salí de allí con un maravilloso empacho de arte y vino. ¡Qué privilegio!

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Publicista de carrera, sumiller por azar y storyteller nata, en los últimos diez años responsable de la creación de la marca Bodeboca y su exitosa estrategia de contenidos. Hablo más que cato, pero si cato y me enamora una historia, no paro hasta lograr que tú también lo hagas.