#raulibers: Catando con Raúl Pérez
Entrevisté a Raúl Pérez hace cinco años como el que participa en una rifa y piensa que no le va a tocar. Ya sabía que localizar a Raúl Pérez era complicado y aunque tenía su móvil y la promesa implícita por parte de uno de sus amigos de que contestaría, cuando escuché su voz al otro lado no me lo podía creer.
La entrevista la publiqué en este post. En ese año entrevisté a grandes y mediáticos elaboradores pero Raúl me dejó muy buenas sensaciones, todo lo que contó fue para mí como una clase. Un tipo afable, con los pies en la tierra, práctico y la vez filosófico, que parecía tener todo el tiempo del mundo para mis preguntas.
En esa misma época me había enamorado de su Ultreia Saint Jacques, uno de sus vinos más asequibles, y cuando me dijo que era su vino y su vida, con el que se sentía más identificado, sentí que todo tenía sentido. Había entendido su estilo.
Un estilo particular, que va más allá de las altas puntuaciones o de lo codiciados que puedan estar sus escasas producciones. Y es que no todo el mundo es tan fan de los vinos de Raúl, pero aún peor, muchos comentan sus vinos sin llegar a catarlos, simplemente porque se trata de nuestro “mejor enólogo del mundo” y hay que mojarse.
Son vinos que muchas veces están “crudos” cuando salen al mercado y necesitan cierto tiempo en botella, algunos con una marcada acidez volátil inicial, otros cerrados. Aprendí con Raúl Pérez que hay que catar apreciando también el defecto. Que a veces no es más que aquello que te dice de dónde viene. Que la volátil tiene su puntito adictivo. Y justamente hace poco, en una cata a ciegas que montamos hace un par de semanas en la oficina, detecté un vino de Raúl sin saberlo. Era un tinto muy fresco, muy jugoso, con una acidez vertical muy interesante.
Tras la entrevista fugaz de 2013 seguimos presentando sus vinos en Bodeboca, cada vez más conocidos, cada vez mejor puntuados. No tuve la suerte de localizarlo de nuevo y así pasaron cinco años hasta llegar el día en el que fui invitada a una cata en Madrid con Raúl Pérez en el Teatro Lara.
Una cata que llamó a la avanzada, la 2016, con muchos de los vinos sacados de sus depósitos expresamente para que los afortunados que allí estábamos los catáramos. Vinos crudos de los que nos contó todo tipo de detalles de procedencia. De cosas tan precisas como laderas, sombras, de inclinaciones, incluso de plantas que tuvieron bloqueos fuertes o de vendimias precoces y parcelas extremas, o de uvas que se las lleva el mildiu, como el que habla de personas y no de cepas.
Nos habló también de lo que sucedió en bodega, aunque esto siempre en un segundo plano. De barricas abiertas, de viejos conos de madera, de paradas de fermentación, de vinos con flor, de maceraciones cortas o largas, de raspón, de ánforas de barro, de fermentaciones sin control de temperatura.
De intuiciones también habló entre líneas. De riesgos, de cosechas de mucho miedo, de pequeños hallazgos y de sorpresas. Y mientras tenía en mi copa cosas tan singulares como El Rapolao o La Claudina, me sentí ese día un poco más groupie de Raúl, con ganas de tenerlos todos tranquilamente en casa para seguir descifrándolos o más bien para disfrutarlos. Embelesada por cierto con un dulce de botritis del que no veremos ni una botella, pues ¡solo hizo 20! Quién sabrá si todavía le queda alguna.
Publicista de carrera, sumiller por azar y storyteller nata, en los últimos diez años responsable de la creación de la marca Bodeboca y su exitosa estrategia de contenidos. Hablo más que cato, pero si cato y me enamora una historia, no paro hasta lograr que tú también lo hagas.