Este enólogo navarro de 37 años está llamado a convertirse en uno de los grandes nombres del vino en nuestro país y, por ende, en el mundo.
Aclamado por la crítica, este navarro de Tudela, nacido en el seno de una familia de viticultores y enólogos en plena ribera navarra, creció rodeado de viñas, sarmientos, uvas, cubas y oliendo el maravilloso mosto que, pasados unos días, se convierte en la bebida por antonomasia.
Nunca fue muy aplicado en sus estudios, era bastante travieso, pero no era por incapacidad, sino porque nada despertaba su interés. Y eso es lo que le pasó al principio con el vino: ¿quién no ha nacido en un entorno familiar dedicado a un negocio o a una actividad profesional y no le coge algo de manía? Pero lo que al principio era un incordio se convirtió en su proyecto de vida. ¿Cómo?
Pues gracias a una idea de su padre, que le puso a estudiar en la Escuela de Viña y Vino de Madrid, a ver si nuestro protagonista se "enderezaba", y allí, en el primer semestre, ya se dio cuenta de que se había enamorado del mundo del que quería escapar. La obligación "porque soy hijo de..." se convirtió en "quiero dedicarme a hacer vino". Ay, cuántas vidas y carreras ha encauzado esta escuela de Madrid.
Tras esta epifanía, como dirían los anglosajones, Diego inició un proceso esponjil en el que no paró de absorber conocimientos y, a los 21 años, obtuvo una beca para trabajar en las vendimias de Château Fayau Cadillac. Allí nació su amor por los "vinos de Burdeos de la orilla derecha del Gironda".
Tras completar sus estudios de enología, decidió continuar su aprendizaje en el campo y se hizo las Américas. Trabajó en la vendimia en la bodega O. Fournier de Mendoza (Argentina) y después, durante dos vendimias, en la bodega chilena Viña Errázuriz.
De vuelta a Europa, trabajó para la familia Thienpont, una de las más emblemáticas de Pomerol, propietaria de Vieux Cháteau Certan y Le Pin.
Con tan buen bagaje, tenía conocimientos suficientes para dejar la bodega familiar y volar solo. Decidió trasladarse al Bierzo para elaborar vinos muy personales bajo el auspicio del emblemático Raúl Pérez, de quien dijo: "Estoy muy agradecido a Raúl, sin él no habría venido aquí".
Fundó su bodega con el nombre de Dominio de Anza, en honor a su madre Esperanza, y comenzó a elaborar vinos de escándalo quele valieron los mayores elogios de la crítica y del público más entendido. Forma parte del selecto grupo de bodegueros que han puesto de moda el Bierzo con vinos de gran prestigio.
Su cuartel general está en la zona de Villafranca del Bierzo, donde ha conseguido hacerse con impresionantes viñedos de entre 80 y 100 años, difíciles, muy suyos, pero que, a cambio de su duro trabajo, proporcionan vinos dignos de los dioses del Olimpo.
Pero Diego Magaña no se conforma con entrar por la puerta grande con sus vinos del Bierzo, sino que recientemente ha comenzado a elaborarlos en Rioja Alavesa, concretamente en los municipios de Elvillar y Laguardia. Allí ha alquilado un espacio en una de las cooperativas de la zona, un rinconcito donde seguro que seguirá haciendo magia con la uva.
Con la juventud que atesora, estamos seguros de que este bodeguero nos tiene reservadas grandes sorpresas, quién sabe si en un futuro no elaborará su propio vino en su Navarra natal. Lo que sí sabemos a día de hoy es que los vinos de Diego Magaña son un regalo, puro hedonismo desatado, un éxtasis de alegría y pura vida. Imprescindibles.