Juan Piñero compró su bodega en la mítica calle sanluqueña Trasbolsa para construir viviendas, sin saber que cambiaría de idea. Maruja convirtió su inversión en una fuente de alegrías.
Hay vinos que con el tiempo terminan por convertirse en un tesoro, testigo de las vidas de sus elaboradores. A Maruja hay que quererla por la feliz sorpresa que supone abrir una botella de ella y descubrir cómo despliega su carácter forjado durante casi una década.
Maruja guarda secretos que solo conocerán quienes se pongan en sus manos, hay que entregarse a ella sin reservas, con la confianza de que poco a poco nos desvelará cómo ha llegado hasta nosotros. Hasta ahora ha estado viviendo en casa de Juan Piñero, el primer hombre que confió en ella y quien ahora la pone en nuestras manos.
"Cuando vi lo bonito que era esto, no me atreví, lo que hice fue comprar botas, me volví loco", cuenta Juan en el vídeo grabado para el Club Vignerons. Se refiere a sus planes primigenios de construir viviendas en lo que ahora es la catedral que da cobijo a grandes vinos como la manzanilla Maruja.
Siete metros de altura separan la bota más alta del techo, y en el suelo, albero, el que mejor conserva el frescor y la humedad que este tipo de vino necesita durante su reposo en las siete criaderas y una solera depositadas en la bodega.
Él no sabía que se convertiría en su refugio para el alma, en el lugar preferido cuando la vida te golpea. Maruja ya empezaba a susurrar algunas alegrías que estaban por llegar, como los 90 puntos Parker que hoy visten su botella.
Luis Gutiérrez la cató en un viaje por este sur de España que atrapa y dijo de ella que era una manzanilla de libro, elegante y sutil, que trae recuerdos de la brisa marina que acaricia la costa sanluqueña.
Esta manzanilla es la alegría de un hombre que pasó de constructor de viviendas a constructor de sus propios sueños. Él nos ha traído a Maruja hasta aquí con la ayuda de Ramiro Ibáñez, el enólogo estudioso de los terruños de albariza de la zona. Ambos conforman un tándem al que habría que agradecerles este disfrute que ahora nos entregan.